Como un cirujano

—Sr. Weston, el doctor está listo para recibirlo. —La enfermera apagó el intercomunicador.
Aunque Sam estaba muy nervioso, se empezó a reír porque la enfermera le dijo «señor». Ése era el nombre de su padre.
Era 31 de octubre de 1973, y Sam Weston de nueve años de edad estaba en el hospital, apunto de someterse a cirugía. Le sacarían las amígdalas.
Siguió a sus padres al consultorio del doctor en la parte trasera del hospital.
—Bien hijo —dijo el doctor—. Ups, lo siento. Me habían dicho que un niño de nueve años llamado Sam venía por una cirugía. Tú eres tan grande como yo.
Sam rió.
—¡Sólo tengo nueve! —Pensaba que era hilarante que todos en el hospital creyesen que era un adulto.
El doctor revisó el historial.
—¡Ah! ¿Una amigdalotomía? ¿Es eso a lo que tus padres me dijeron que le temías? Déjeme aclararle algo, Sr. Weston, una amigdalotomía no es algo de lo que asustarse. Sólo dolerá por un segundo. ¿Alguna vez has caído de rodillas?
Sam asintió.
—Pues, es tan doloroso como eso. A mí me sacaron las amígdalas cuando tenía tu edad. No hay nada que temer.
Sam se sentía un poco mejor.
—Oh, parece que hay un pequeño problema. No tenemos las herramientas necesarias para tu caso. Las cambiamos por herramientas nuevas y mejores, que aún no han llegado. Lo que tendremos que hacer será admitir a Sam por una noche, y pedir prestado parte del equipo del hospital en Memphis. Cuando llegue, tendremos la cirugía. Probablemente estará dormido cuando la hagamos, así que no sentirá dolor.
Sam se quedó sentado en silencio mientras sus padres arreglaban todo. Llevaron a Sam a su habitación y ellos partieron a la sala de espera, en donde estarían hasta que la cirugía tuviera lugar.
Una enfermera ayudó a Sam a acomodarse en la cama, y le dio algo de jugo. Sam volteó hacia su derecha y vio a otro niño.
—Hola, soy Sam. Pero puedes llamarme Sammy.
El niño ni siquiera le dirigió la mirada.
—Tommy está nervioso. Tiene una cirugía importante mañana —le murmuró la enfermera, al notar su interés—. Le van a cortar su pie —murmuró en voz aún más baja.
—Mi nombre no es Tommy.
La enfermera lucía triste.
Pasaron unos minutos, Sam estaba pintando en su libro de dibujos. La enfermera se había ido para dejarlo descansar.
Tommy volteó hacia Sam. Señaló una historieta que Sam tenía al pie de su cama.
—El Hombre Araña es mi favorito.
—¡El mío también!
Sam trató de lazar una red de telaraña al rostro de Tommy.
—¿Por qué estás aquí?
—Amígdalas.
—Tienes suerte.
Dicho eso, Tommy se dio la vuelta.
Pasaron unos minutos más, en silencio. Luego Tommy alzó la voz:
—¿Te gusta dormir?
A diferencia de la mayoría de los niños, a Sam le encantaba dormir. Pensaba que mientras más rápido se durmiese más podría jugar al día siguiente.
—Sí, mi mamá siempre trata de despertarme para que no llegue tarde a la escuela, pero nunca puedo escucharla. Dice que podría dormir hasta durante un terremoto.
Tommy apagó la luz y regresó a su cama. Sam entendió el gesto.

—Tenemos que darle a este niño anestesia.
Sam se despertó. Lo estaban conduciendo por un pasillo del hospital. Las luces iluminaban su rostro. Miró a los cirujanos, no los había visto antes.
Se dio cuenta de que llegó el momento, le sacarían las amígdalas. Sus padres le dijeron que podría comer helado cuando todo terminara. Pensaba en qué tipo de helado le gustaría mientras los cirujanos empujaban las puertas de una sala con una silla.
—Bien Tommy, ponte esta mascarilla. Te ayudará a dormirte.
Sam se sorprendió.
—Mi nombre no es Tommy… es Sam.
Un cirujano revisó su historial.
—Aquí dice que es Tommy, hijo.
Tenía razón. Sam lo miró también, y vio el nombre Tom Whitton.
—¡Mi nombre no es Tommy! ¡Es Sam!
—Sí… nos advirtieron que dirías eso. —El cirujano le puso la mascarilla.
Sam entró en pánico, pero sus gritos fueron silenciados por la anestesia.
Pudo dar un último vistazo al pasillo. Tommy estaba al otro lado de las puertas, sonriendo.
Sam lloró mientras caía dormido.

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